EL ÚLTIMO QUE CIERRE LA PUERTA...

EL ÚLTIMO QUE CIERRE LA PUERTA…
Pero qué puñetas estamos haciendo en estas islas ¿afortunadas? Si hace un par de años era la juventud canaria la que se enfrentaba a un negro porvenir profesional y su única vía de esperanza pasaba por huir a otras latitudes ofertantes de empleo, se nos presenta ahora una situación que jamás pensé pudiera ocurrirnos. 
Yo, ajeno de mí, llegué a predecir que nuestras islas serían en pocos años algo así como una reserva de elefantes mimados, respetados, longevos y sabios. Y me equivoqué, sí, otra vez. Llevo algunas semanas recibiendo noticias de algunos amigos y compañeros -ya talluditos- acerca de su cercana marcha a tierras lejanas porque, ésta, su propia tierra a la que han entregado los mejores años de sus vidas, ni siquiera les permite alcanzar las más elementales cotas de subsistencia.

¡Qué putada y qué vergüenza!, con lo mayores que somos y que no seamos capaces de articular dignamente ni nuestra propia sociedad, ni nuestro entorno más primario. Ahora, cuando hemos pasado esa frontera simbólica de los cincuenta, justo cuando más experiencia y conocimiento acumulado poseemos, en el momento en el que deberíamos estar empezando a pensar y planificar la reposada, merecida y ociosa última fase de nuestras vidas, pues no, resulta que tenemos que darnos de alta en un sinfín de buscadores de empleo en la Red y emular los primeros años de nuestra juventud, en busca de un trabajo –precario, por supuesto- porque aquí nadie nos quiere, no se nos necesita, no somos ni rentables ni interesantes y, encima, muy mayores.


El último, por favor, que cierre la puerta…


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