ESPAÑA INVADIDA DE SERES ESPECIALES


Son solidarios y sorprendentes, mágicos. Saben de todo, dominan cualquier profesión o actividad humana. A la mayoría no les ponemos ni cara ni nombre, pero no importa, porque se les reconoce fácilmente observando sus hechos, sus maravillosas acciones y el profundo bien que nos hacen.

Siempre están en el sitio justo, entregando todo su tiempo y esfuerzo cada vez que se les necesita, aunque, incluso en ocasiones, lleguen a poner sus propias vidas en riesgo. Y, ¿a cambio de qué?, pues a cambio de entregarse a los demás, de servir a sus vecinos,  de procurar ayuda y felicidad a todos los que lo precisan.

Aparecen sin llamarles, ni convocarles; se mezclan entre nosotros cuando la sociedad les necesita, sin ni siquiera contactar con ellos. Intentan no ser protagonistas, ni destacar; se hacen pasar por mujeres y hombres normales, como nosotros, para no levantar sospechas. ¡Pero yo les he calado!

Disimulan poniéndose nombres comunes como los nuestros y, asombrosamente, aparecen cuando la sociedad necesita ayuda, compañía y protección; y lo hacen formando parte de ella, de las propias instituciones y empresas; muchas veces de manera voluntaria y altruista. Yo llevo varios días identificándoles, ¡tengo buen ojo para eso!

Están muy repartidos por nuestras ciudades y pueblos. Y aunque son discretos, he comprobado últimamente que han llegado bastantes de ellos a España. Les veo en persona cada día y, a veces, por la televisión. Ellos creen que no les reconozco, pero sí, sé que son los seres especiales de siempre. Los que nunca me defraudan.

Si a ustedes les apetece reconocerles, es sencillo, fíjense la próxima vez que vayan al supermercado y vean a un joven cajero uniformado, muy amable y atento, con buen humor, que lleva una chapita en el pecho con el nombre de Ángel, ese, es uno de ellos. Otra que es muy fácil de identificar es Conchi, la más simpática y servicial de las que atiende en la pescadería; sí, ella, es también un ser especial.

Hay muchos más. Están por cualquier rincón. He reconocido a policías locales, policías nacionales y guardias civiles, como Rafael y María, Alexis y Belén o Gabriel y Ana, que vigilan y patrullan permanentemente nuestros barrios, nuestras ciudades y pueblos, nuestros montes y costas. La bellísima mirada de confianza con la que me saludan, y la bondad de sus gestos, les descubre.

Por cierto, casualmente, ahora estamos teniendo serios problemas sanitarios en España, y he detectado que también han venido muchos seres especiales vestidos de militar. Algunos les he reconocido porque ya les he visto en anteriores ocasiones, en riadas, incendios, tormentas, en fin, cada vez que ha habido un momento grave. Yo les llamo "los repetidores", ¡nunca fallan!

Otros, para que no les reconozcamos, se transforman en sanitarios, en personal de centros hospitalarios y de ambulancias, y se pasan horas y horas, sin apenas descansar, curando y salvando vidas, cada minuto, cada hora, viniendo incluso hasta nuestras casas en caso necesario. Se sabe claramente que son ellos porque casi nunca duermen, ni descansan. ¡Por ahí se les pilla!

Fíjense como son de astutos, inteligentes y solidarios, que algunos de ellos se transforman hasta en psicólogos, para poder canalizar nuestras conductas adecuadamente y ayudarnos a que podamos seguir adelante, sabiendo neutralizar nuestro dolor y nuestra pena. Están pendientes de todo permanentemente y, la verdad, son grandes profesionales.

Una amiga mía me ha dicho, muy en secreto, que ha conseguido descubrir algunos de estos seres especiales infiltrados entre los bomberos y en los servicios de protección civil. La realidad es que siempre te los encuentras en donde más se les necesita.

Estos seres tienen tanto poder que, algunos, han sido capaces hasta de transformarse en excelentes funcionarios públicos, brillantes concejales, en excepcionales alcaldes y hasta en altos cargos del gobierno de la nación, permanentemente volcados en cómo ir solucionando los nuevos problemas y las dificultades que van apareciendo paulatinamente. ¡Qué sería de nosotros sin ellos!

¡Ah!, ¿saben también dónde pueden encontrar muchísimos seres especiales? Entre los empresarios, los autónomos, los comerciantes, los artesanos, los profesionales liberales, los profesores, las personas encargadas del servicio de limpieza de las ciudades y pueblos, los profesores, los hosteleros, los restauradores, los pilotos, los mecánicos, los fontaneros, los profesionales de las peluquerías, los medios de comunicación y entre todas y todos aquellos que con su actividad profesional ayudan a que seamos un país realmente lleno de buena gente, ¡de gente buena!

He dejado dos grupos de seres especiales para el final. Son mis preferidos porque, si bien ellos tratan de disimular su poder haciéndose pasar por delicadas personas de avanzada edad o por jóvenes estudiantes inexpertos, sé que en realidad, aunque tratan de que no nos demos cuenta de sus altas facultades, son realmente quienes manejan y configuran la solidez de nuestra base social, nuestros ejes vitales, los veteranos cimientos que resisten el peso de la gran herencia de todo lo que hasta ahora hemos sido y recibido y, por otro lado, la renovadora savia que nutre la energía, la fuerza y el empuje de las jóvenes generaciones que una sociedad dinámica y avanzada precisa.

No me importa desde donde vengan todas y todos estos anónimos; ni tampoco si los envía alguien. Quiero que estos millones de personas, de seres especiales, sigan viniendo, que vuelvan, que se queden entre nosotros, como unos buenos españoles más.

A todas, a todos… ¡gracias!

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