“Tienes que trabajar para ser el mejor...”, “trabaja de momento en lo que sea...”, “la vida es muy dura...”, “si
no hay trabajo de lo que has estudiado, pues mira otra cosa...”. Basta ya
de comportarnos indecentemente con la juventud. ¿Qué demonios de frases hechas
son esas? ¿Cuándo vamos a tener la vergüenza de responsabilizarnos de la
sociedad que vamos a entregar a nuestros hijos? No es justo que los jóvenes que
dentro de algunas semanas se gradúen y terminen sus estudios de formación profesional
o universitaria, se encuentren frontalmente con esas afirmaciones exculpatorias.
Sentencias falsas que pretenden sustituir los dignos principios a los que
aspiran en su nueva manera de vida, mentiras que tratan de cambiar el rumbo
marcado por sus estudios y su esfuerzo. Expresiones que emponzoñan una vocación
forjada a base de ilusión y de talento, una vocación con la que podrían ser
útiles hacia la sociedad y, sobre todo, felices con ellos mismos.
Esa estafa retórica no puede ser moneda
de cambio, ni trueque psicológico capaz de calmar nuestra mala conciencia, ni -de
paso- una excusa para saldar en falso la deuda con su derecho a ser feliz. ¡Qué
necios somos!, hemos sido incapaces de construir una sociedad equilibrada, esa que
debería haberse configurado en pos del bienestar más profundo y noble de las
personas. Por el contrario, tratamos de enterrar nuestra incompetencia a base
de espetar cuatro frases mal hechas.
No hay que ser el mejor, primero
hay que ser feliz. Respeto a las inquietudes individuales, a las capacidades profesionales,
a los sueños laborales. Así sí. De esa forma quizá no tendríamos el millón de
jóvenes parados -menores de 25 años- que acumula España, ni los casi sesenta
mil desempleados con menos de 24 años de edad, que lamentablemente posee Canarias.
Por lo menos, tengamos la gallardía de dar la cara a nuestros jóvenes.
Digámosles que nos hemos equivocado, que nos perdonen por no saber cómo facilitarles
el empleo para el que se han preparado durante años y por el que,
legítimamente, han soñado. Cambiemos el repertorio torticero de excusas y
falsedades y pidamos una disculpa sincera acompañada de una promesa de
compromiso y de reacción profunda. Empecemos a corregir la gestión, para que
nuestros jóvenes no vivan donde no quieren y no trabajen en lo que no les gusta.
Ya está bien de tomarles el pelo, de jugar con un tercio de sus vidas, de
hipotecar sus vocaciones. No se lo merecen.
Me niego a decir a ningún joven las
frases con las que empecé este artículo, porque me siento culpable del presente
que he entregado a mis hijos y a los hijos de los demás. Soy responsable,
individual y colectivamente, y por eso pido a mis jóvenes que me perdonen. Jamás
lavaré mis culpas con frases huecas.
Esoy de acuerdo con Manuel Herrador, tiene razón, debemos introyectar a la juventud motivación y amor a la vida, a los estudios, a la lectura y cuando le llegue el momento de trabajar lo haga de la misma forma, basta ya de quejas y lamentos de los adultos que no se esforzaron lo suficiente, que no equilibraron su autoestima y ahora no son buen modelaje de estas nuevas generaciones para quienes debemos ser gran inspiración, saludos y exitos.
ResponderEliminarDe acuerdo. Busquemos la forma de trabajar en lo que estudiamos. Positivismo y seguridad en uno mismo para lograr nuestras metas.
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