Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza |
Una de las funciones básicas de
un periodista, de un comunicador, de un articulista o de un cronista, de un ponente
o de un conferenciante, es la de ser comprendido, la de procurar que su mensaje
se proyecte debidamente y sea asimilado por el receptor –o interlocutor- al que
va dirigido. Vengo observando cómo está
proliferando una poco recomendable costumbre entre algunos de los que tienen
que dirigirse a un público en general, a lectores de prensa, a oyentes de radio
o a espectadores televisivos. Ciertos comunicadores públicos
piensan que con el uso de palabras, expresiones y términos de presunto altísimo nivel cultural y lingüístico,
consiguen una buena imagen de ellos mismos y de su preparación intelectual. Y
no es así. Ni se les entiende, ni tampoco se les valora. La comunicación es un
proceso mediante el cual debemos transmitir información de una entidad a otra, de
una persona a otra, provocando y alterando el estado de conocimiento de la entidad
receptora. Si no se entiende lo que decimos, entonces, no hay comunicación. Es
más, si quien la recibe tiene la cualificación necesaria para entenderla, probablemente
evaluará al emisor con la calificación de torpe comunicador, en el mejor de los
casos.
"Los enemigos más encarnizados de nuestras ideas, son aquellos que no las entienden" (Albert Einstein) |
A todos esos expertos comunicadores que solo se entienden con los de su misma especie –a veces ni entre
ellos mismos- les dedico el siguiente texto que, como manejan todos los vocablos de la lengua española, seguro
que lo comprenden sin problema y sin usar el diccionario.
Y usted, lector, por favor, quédese
tranquilo, no se culpe si no me entiende. La responsabilidad –dentro del proceso
comunicativo- no es suya, sino mía, yo sería el único culpable de no conectar con
usted, por no saber adaptarme al lenguaje razonablemente comprensible que exige
una publicación como la que está leyendo dentro de mi blog. A lo mejor conoce a
alguno de esos maestros retóricos y, seguro, él se lo explica:
“No soy un criticastro que
consigna aporías, sin una dilección. Pretendo impetrar una eutrapelia, pero no
imprecaré el iberismo con la logomaquia misoneísta del nesciente erístico que
activa la apologética de manera ubérrima con un nuevo idiolecto”.
¡Por Dios!, volvamos al buen camino comunicativo.
En todos los sentidos. Beneficia al emisor y al receptor.
Dalmiro A. Sáenz,
escritor argentino, acierta: “El sexo es comunicación, es dar placer a otra
persona para generar placer en nosotros mismos”.
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