Que el idioma español posea una
riqueza lingüística que supera los 100.000 términos en su diccionario, ni nos
condiciona, ni nos motiva, ni nos importa. Somos más chulos que todo eso. Los
españoles, tenemos la suerte de contar con una palabra que, ante la ausencia y
desconocimiento de vocabulario, adjetivos o sinónimos, nos permite calificar, etiquetar
y clasificar a cualquiera, sobre la marcha, y acertando siempre de pleno:
“Gilipollas”.
Además, una vez dicha, nos
produce un estado físico y psíquico de tal satisfacción personal que casi rozamos
el orgasmo. Y lo más curioso es que, quien la escucha, es capaz de matizarla al
instante y de encajarla exactamente en el aspecto peyorativo que corresponda al
poseedor de la ofensa.
Pongamos algún ejemplo:
- ¿Qué tal el novio de tu hija?
(nos pregunta un amigo).
- ¡Un gilipollas! (respondemos
nosotros).
Ya está. No hace falta más. Con
una sola palabra ya sabe nuestro amigo que el pobre novio de nuestra hija es un
pibe sin un puñetero euro, que está en el paro –igual que su padre-, que no
tiene estudios y que lleva los pantalones enseñando media raja del culo. ¡Ah!, y
que lo más seguro es que haya votado a Podemos.
Otro ejemplo:
- Oye, y tu nuevo jefe..., ¿qué
tal? (nos pregunta otro amigo).
- ¿Ese...? ¡Un gilipollas!
(respondemos nosotros)
Perfecto. Totalmente entendido.
De nuevo, este adjetivo, es capaz de transmitir en cuatro sílabas que se trata
de un jefe abusador que nos paga una mierda, le caemos mal y que nos explota miserablemente.
Supongamos que yendo al volante
de nuestro coche se nos cruza alguien y nos obliga a maniobrar en contra de
nuestra voluntad. Claro, este sería el momento ideal para sacar la cabeza por
la ventanilla del automóvil y espetarle “¡Pero
qué mal conductor eres!”, o quizá “¿No
ves que voy a aparcar?”, e incluso “¿Es
que no ves que he puesto la intermitencia?” Pues no, ninguna de estas
opciones suele ser la más practicada. Y sí, de nuevo y a voz en grito, echamos
mano del comodín verbal más recurrente y que, con apenas unas letras, reúne, en
una, cuantas preguntas deseáramos formular:
¿Es que eres gilipollas..., o qué?
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