EL DINERO NO SE CANJEA POR DIGNIDAD. EL PERDÓN, SÍ.

El dinero va y viene, entra y sale, se gana y se pierde. La moneda es nómada y no sabe a quién pertenecen las manos que la mueven. Por el contrario, el respeto y la dignidad no tienen precio, no son evaluables, no cotizan ni tributan, no se gastan ni se falsifican, no son meros objetos que se portan en un bolsillo o se guardan en una cajón.

Si a alguien lo despojamos de sus bienes materiales, de su patrimonio, de sus monedas y sus billetes, y se queda espiritualmente desnudo y vacío de valores fundamentales, entonces, es que no es una persona ejemplar. Si, equivocadamente, piensa que el amor, el cariño, la amistad, la confianza, la lealtad, la honestidad, el respeto y la dignidad tienen precio, no es una persona ejemplar. Y en el hipotético caso de que fuera verdad aquello de que todos tenemos un precio, entonces, seríamos cada uno de nosotros quien pusiera el suyo propio, evitando así que otros nos valoren como una ganga en oferta o como un inservible desecho de tienda.

No existe un solo ser en la Tierra distinguido con el poder de humillar a los demás.

Claro, somos humanos, es decir, imperfectos. Eso, sabemos que significa que podemos (tenemos derecho a) equivocarnos. Sin duda alguna. Y puede que todo lo material que hayamos entregado a un ser querido, a un amigo, a un familiar o a un compañero, llegado el momento lo queramos usar como un cupón de descuento para neutralizar el daño de nuestra ofensa, el dolor de nuestro error o la justificación de nuestros malos actos. No, amigos, no. El dinero, y todo lo material que hayamos podido entregar a  alguien, no admite transacciones emocionales, ni canjes de valores humanos, ni anula una humillación o una falta de respeto.No prostituyamos nuestra dignidad por aquello material que, un día, dimos o nos dieron. No permitamos que nuestra vida sea humillada por la indignidad ni por el abuso del poder material. Pero, si eso ocurre porque, repito, somos imperfectos, entonces pidamos disculpas tantas veces como sea necesario para restañar la herida. Ese acto de reconocimiento explícito de culpabilidad sí es digno y encomiable. Y, entonces, volvemos a poner el contador “a cero”, porque quien es capaz de reconocer sus fallos y de pedir perdón merece el máximo respeto y otra oportunidad, como humano, por su valía personal y no por su rédito particular.

Hace casi 150 años, el escritor estadounidense Samuel Langhorne Clemens, más conocido popularmente por el seudónimo de Mark Twain, sentenció que “Un banquero, es alguien que nos presta un paraguas cuando el sol brilla y nos lo reclama al caer la primera gota de agua”, pues bien, hagamos que la amistad, el cariño, el respeto y la dignidad, nunca sean derechos de servidumbre de una bancaria y enmascarada relación personal. 


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