¿Quieres trabajar en una emisora de radio? ¡Pues paga!

Marconi, en el año 1897, instaló la primera estación de radio del mundo en la Isla de Wight, al sur de Inglaterra y, tan solo un año más tarde, inauguraba la primera industria de equipos de transmisión sin hilos en Hall Street (Chelmsford, Reino Unido). En el año 1899, estableció comunicación telegráfica entre dos países, Gran Bretaña y Francia. Y solo dos años después, esta hazaña quedaría ensombrecida al transmitir señales -por primera vez en la historia- desde un lado a otro del océano Atlántico. Desde aquel entonces, y en poco más de 100 años, la radio ha ido progresando y evolucionando a lo largo de todo el planeta, hasta llegar a concebir en nuestros días un novedoso y singular sistema de gestión empresarial que, aunque parezca extraño, se aplica en algunas de las empresas de comunicación radiofónica de Tenerife.

Algunas emisoras de Tenerife están haciendo historia de la Radio,
pero una historia que no querré recordar...

Como amante acérrimo de la radio, como comunicador vocacional, como formador de nuevos profesionales de la voz, como periodista en activo y como persona, estoy en la obligación de informar a los jóvenes y a los universitarios, a los estudiantes del ámbito audiovisual y al público en general, que hasta hace apenas una década el mundo laboral y profesional radiofónico, aquí, en Tenerife, no era como el de hoy.

Me da muchísima pena escuchar a jóvenes talentos, y también a consagrados veteranos, decir que en varias cadenas y emisoras radiofónicas de Tenerife hay que pagar para trabajar. Sí, no se extrañen. Lo han leído bien: “¡PAGAR POR TRABAJAR!”. Ya sé que el director o el gerente de alguna emisora de radio habrá dicho inmediatamente: “¡Eso no es así!”. Ya, mi querido director, tú dices que no es así porque si el periodista o el comunicador se ocupa de realizar una función que no le corresponde –la de comercial o ejecutivo de ventas-, entonces podrá cobrar parte de lo que sea capaz de ingresar en concepto de publicidad en la emisora contratante. Y a este juego torticero se han apuntado tanto las fuertes y poderosas cadenas de radio como las más modestas emisoras locales, que el chollo es el chollo, y... “¡si lo hace ese!, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo también?”.


El modus operandi de contratación laboral que te ofrecen algunos directores y propietarios de medios cuando se reúnen contigo para programar un determinado espacio radiofónico es simple, simple, simple; te dicen: “Mira, tú te pagas tu cotización a la Seguridad Social, tú te pagas los gastos de producción del programa, tú te pagas los colaboradores que tenga el programa, además tú pagas lo que cobra el técnico del programa, también tú pagas la cotización a la Seguridad Social del técnico del programa, tú buscas la publicidad del programa y, al final, con muchísima suerte, tú solo te quedas con una parte del dinero que tú mismo has generado. Si lo generas, porque si no, no cobras y sí que pagas. Mientras, yo (la emisora), sin pagar nada y sin arriesgar...,  me quedo con la otra parte”. ¡Viva la Pepa!

Amigos lectores, yo tuve la grandísima fortuna de vivir y disfrutar durante muchos años otra radio. Aquella en la que las emisoras, las de titularidad pública y las que tenían intereses privados, no hubieran entendido el fichaje laboral de una voz, de un profesional, de un periodista o de un comunicador, que no recibiera una contraprestación económica por su trabajo en ese medio. Aceptar y conceder el marchamo de normalidad laboral a una costumbre empresarial que, como poco, me parece lamentable, solo está consiguiendo mermar la excelencia de la evolución de una radio que, en otro tiempo, alcanzó la gloria y el reconocimiento social mediante, entre otras cosas, la dignificación de sus profesionales. Y, lo que es peor, afecta al derecho a recibir una información y un servicio público de máxima calidad.

Este sistema, salvo honrosas excepciones, ha potenciado que escuchemos con más frecuencia de la deseada pésimas campañas publicitarias que dañan la propia imagen del cliente anunciante -tanto en la concepción creativa como en la producción sonora-, voces desagradables y carentes de la más mínima técnica para hablar en radio, presuntos comunicadores desprovistos de una cualificación elemental, locutores que agreden la gramática sin el más mínimo control y responsables de programas que no saben, ni habrán oído nunca, que existen códigos y estilos dentro de la comunicación periodística en general, y del periodismo radiofónico, en particular.


Que se enteren los más jóvenes, que lo sepan los nuevos periodistas, que los informadores de vocación lo conozcan, que los amantes de la comunicación nunca olviden que, tiempo atrás, en la Radio, aquí en Tenerife, sí te pagaban por trabajar.

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