Tras una sobresaltada madrugada con
cientos -quizá miles- de truenos y relámpagos envolviendo Santa Cruz de
Tenerife, parecía que el día iba a tornarse menos severo. Pero, no. Se
cumplieron las previsiones oficiales.
Era media mañana del 19 de
octubre de 2014. Al poco de iniciar mi tradicional caminata dominical de 20
kilómetros, para quemar esas grasas desobedientes y rebeldes, comenzó a llover,
y a llover, y a diluviar.
Santa Cruz silenció sus calles, su gente y su rutina
Tras los fallidos intentos por
evitar que las botas de deporte y los pantalones se humedecieran, gustoso decido
empaparme bien, hasta las rodillas y más allá, sin límite, como si hubiera ido
de pesca pero con el equipo de un simple principiante. Reconozco que es una sensación
muy agradable. No es solo pisar charcos -aquellos que no me dejaba mi madre-, es
muchísimo mejor, es enchumbarse hasta los huesos (con ‘s’, no con ‘v’). Y ya
puestos, qué mejor que activar el reportero gráfico que todos llevamos dentro y
empezar a grabar imágenes y sonidos de una ciudad diferente a la habitual. Un
lugar irreconocible.
Agua veloz hacia el
mar, ríos accidentales, truenos
cercanos y sonidos que estimulan
el silencio
El resultado, a continuación, haciendo clic en el enlace; escenas insólitas y ecos que invitan a la
contemplación más silenciosa. Momentos para el recuerdo de una inoportuna
borrasca fugaz, de una tormenta no deseada.
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