Sirvan estas primeras palabras de
agradecimiento a mi compañero Juan Manuel
Pardellas por la oportunidad que me ha brindado para que, una vez a la
semana, les pueda proyectar mis anhelos más íntimos a través de este prestigioso
medio digital, una plataforma que me obliga a elevar en un punto de calidad la
escala de responsabilidad que cualquier periodista, bloguero o comunicador 3.0 debe exigirse.
Como una foca que nada bajo la
sólida capa del hielo ártico buscando un hueco al aire libre para poder sacar la
cabeza del mar y respirar, y de nuevo sumergirse, así me siento; aguantando el
aire, navegando por las aguas turbulentas del periodismo global para,
afortunadamente, emerger aquí cada siete días y poder oxigenar con quinientas
palabras sin contaminar mis convulsas reflexiones. Porque una semana, tal y como
está el patio, da de sobra para contaminar todo el aire puro inhalado en cada
uno de mis artículos. ¡Joder que si da!
Y es que... ¿hasta dónde va a
llegar la vergonzosa explotación laboral que muchos periodistas y técnicos
audiovisuales padecen actualmente? Todos sabemos de compañeros que trabajan sin
contrato, diez u once horas diarias y cuando cobran -generalmente tarde- apenas
alcanzan los quinientos euros mensuales. Otros muchos, con la indecente
coartada de que son becarios y están en fase de formación, no llegan a los
doscientos euros mensuales y, en muchos casos, ni siquiera reciben algo de
dinero para pagarse la guagua. Y, la mayoría de ellos, con buena preparación,
llenos de ilusión y deseosos de activar su más pura vocación.
En general, qué repugnante
costumbre han cogido los mass media de
contratar profesionales a cambio de que ellos mismos sean quienes ingresan el
dinero necesario para cobrar sus propios emolumentos y, la cantidad sobrante
-que proporcionalmente es mayor- entregarla a la avispada y usurera empresa
contratante. ¡Que no, hombre, que no! Que uno no puede saber de todo, ni sirve
para todo; que no se puede ser buen periodista, gran comunicador, perfecto
locutor, avezado investigador, elegante comercial, original creativo, ejecutivo
agresivo, singular publicista, técnico multidisciplinar y despiadado cobrador.
Llámenme “carca”, de acuerdo,
pero cuánto echo de menos la estructura empresarial de los medios de
comunicación del último tercio del siglo pasado. Entonces, cada uno era especialista
en lo suyo, sin excluir la evolución y la formación continua, pero fomentando
la perfección limitada a cada tarea que el medio de comunicación precisaba. El
desequilibrio funcional lo veo cada día en muchos de los medios en los que
colaboro o a los que, puntualmente, me invitan. Los mandamases quieren que los
conductores de programas sean expertos locutores publicitarios, audaces
redactores, tiburones comerciales, hombres
del frac, actores de teatro, telefonistas, ingenieros de sonido, programadores
informáticos, secretarios personales y personal de mantenimiento y limpieza.
Pues no. Imposible. No voy a
cansarme de decirlo, no. No voy a cejar en reclamar a esos listillos
mandamases, en ocasiones faltos del conocimiento mínimo exigible a un
responsable superior, la dignificación que la profesión periodística y
audiovisual demanda a gritos. ¡Tengan un poquito de vergüenza, señores!
¿Ven?, ya me he cabreado, y no quería.
Porque me quedo sin aire. Menos mal que la semana que viene, a esta hora
aproximadamente, saco el cuello y subo a esta plataforma oxigenada a tomar una
nueva dosis de aire puro; mientras tanto, para dar ejemplo y que no me pase a
mí lo que yo mismo denuncio, voy a aplicarme el viejo proverbio chino:
“El sabio puede sentarse en un hormiguero, pero solo el necio se queda
sentado en él”.
Comentarios
Publicar un comentario
Muchas gracias por tu comentario.