Me sitúo en una calle comercial céntrica
de mi ciudad, una capital de provincia española cualquiera, afectada por ese
plan de peatonalización tan polémico, y a la vez tan rentable para todos, llamado
“Urban”.
En vez de ir hablando por el móvil o mirando al más allá pensando en la cuitas propias de la crisis, se
me ocurre prestar atención a los comercios y negocios a pie de calle y me doy
cuenta de que no sé lo que quieren decir la mayoría de los nombres puestos en sus
letreros y escaparates, de que no asemejo a nada -ni a nadie- su presunto
significado, o sea, que si no entro, no me entero. ¿Qué es Forecast?, y... ¿Promod,
Novelty, Parfais, H&M, Anfers, Berska, Bordatec, Bodybell, Watchit, Selene,
Winnit, Chipssy, Guess, C&A, Bijou Brigitte, Candy Dolls, Sfera, Delmod,
Moma, Sunglass Hut, Hot Hot, Inside, Sportium, Pelka, Ulanka, Oysho, Claire’s,
Tiger, Beautik, New Yorker, Kruebeck?
"ARDUO COMERCIO EL VIVIR" (Elizabeth Gilbert). |
Más del 80% de los
establecimientos ubicados en nuestras ciudades no tienen nombres españoles y,
además, están repetidos en cualquier localidad, fotocopiados. ¡Jo, qué pena!
¡Cómo me gusta recordar los nombres de las tiendas de nuestros barrios y calles
-cuando no existían las franquicias- con personalidad propia, en los que solo
por su nombre ya sabíamos a qué tipo de actividad se refería. ¿Se acuerdan?, “Frutería y Huevería”, sin más
tonterías, para saber realmente lo que se vendía en su interior. O “Tejidos y Confecciones Crespo”, que ya te
dejaba clarísimo lo que te iban a hacer si entrabas. “Lanas Inmaculada”, que marcaba con su nombre que solo tus vecinas,
tu madre y tu abuela podían entrar a comprar. “Ferretería El Botijo”, con el propio botijo colgando del letrero
por encima de la puerta de entrada, y que sabías que dentro encontrarías
cualquier cosa útil para tu casa, para pescar, para los trabajos manuales del
colegio, herramientas para la finca de tu tío o pegamentos para reparar cualquier mueble roto. “Bodega Faustino”, a la que bajabas con
la botella vacía de ‘La Casera’ –y unas
pesetas- para rellenarla del vino dulce que le gustaba a mamá y a la abuela.
Los bares y los cafés, ¡qué lujo y
que grandeza de nombres!, “Ideal,
Continental, Londres, Central, Avenida, Delicias, París, Viena, Puerto,
Principal, Hesperia, Copacabana, Miami, Oasis o Roma”.
"Ni amor reanudado, ni chocolate recalentado". |
La “Imprenta Baltasar”, “La Casa
de la Partitura”, “Modas El Indio”
y las churrerías “La Antigua” o “La Madrileña”, eran nombres que solo
pronunciarlos te hacían sentir e imaginar sus manufacturados, sus olores y sus
paladares. Pero lo que más me duele haber
perdido ha sido el carácter familiar, coloquial, doméstico, de nuestras
peluquerías de mujer y de hombres. Ellas, las señoras, iban a las peluquerías –con
frecuencia ubicadas en los primeros pisos, no a pie de calle- con nombres de
toda la vida y con una condición inexcusable, que debían terminar en la vocal ‘i’:
“Loli, Manoli, Candi, Rosi, Pili, Mari,
Paqui, Encarni, Ani, Juani, Toñi o Clari”.
Y para los señores, para los hombres, los nombres españoles comunes, los que todos
teníamos entre nuestros propios amigos y familiares, “Salón Antonio, o Jose, o Miguel Ángel, o Manolo, o Pedro”, y si
además tenían sillón con accesorio para lavarte la cabeza, entonces se
internacionalizaba un poco, “Peluquería
Unisex Tony”.
Decía el filósofo español José Ortega y Gasset que “El progreso no consiste en aniquilar hoy el
ayer, sino, al revés, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud
de crear ese hoy mejor”.
Con perdón.
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