(Válido para cualquier otro alcalde que también se las meta)
La elegancia no solo debe ser aplicada al estilismo personal
de cada uno de nosotros, también a los gestos, a la comunicación no verbal.
Si usted es político, y comparece
oficialmente en cualquier acto público que, además, está cubierto informativamente
por medios de comunicación, el esmero de su imagen ha de ser elevado, aún más
de lo habitual. Porque los ciudadanos que asisten en persona a ese acto, los
lectores de prensa que más tarde recibirán la noticia con su foto y los espectadores
que le verán en televisión, así lo merecen.
Un porte sencillo, moderno y
elegante a la vez, no es que sea posible, es que es exigible. En la transmisión
de una imagen plena de cortesía, de un estilo honroso y de una proyección
personal de gratitud, no existen ni modas ni épocas. ¡Cuídela! Lo que decimos
de nosotros mismos a través de una foto –con una determinada pose- es tan
sustancial porque enfatiza directamente en el receptor sobre quiénes y cómo somos,
¡casi nada!
Para un político, la comunicación
no verbal debe ser de positiva
autenticidad porque marca el concepto que de él se tiene, llega a determinar en
cada receptor del mensaje una idea concreta de la manera de ser de aquel. Una
persona pública no solo tiene que procurar no perder el buen gusto, sino que debe
potenciarlo positivamente, con una personalidad llamativa y con un talante discreto, a la
vez, algo que no es sencillo conjuntar pero que puede aprenderse fácilmente si,
el personaje, se prepara y se lo propone.
El carácter, la gallardía, la honradez,
la educación, la cortesía, la sensatez, la prudencia, el ingenio o la
discreción de una persona pueden percibirse tan solo contemplando una instantánea
de ella. No se trata de que un político alcance la categoría de icono del estilismo
y la estética, que sea un referente de la moda y la atracción, no. Se trata de que
cuide su imagen personal y busque, en público, la elegancia como concepto
global, por el bien de él y de la institución que representa.
En este asunto, el de la
comunicación verbal y no verbal, no cabe poner excusas de desconocimiento
para eludir la responsabilidad de la omisión; no cabe echarle la culpa a la
falta de tiempo para no cualificarse más; no cuela seguir siendo mediocre o
vulgar y escaquearse con apelaciones a nuestra singular personalidad o a lo que
quiero representar en el efímero cargo público que me ha tocado ocupar diciendo
eso de “porque... yo soy así”. ¡Que
no, hombre, que no!
Un político, un personaje
público, en cada comparecencia se está jugando su prestigio. La sociedad se
merece recibir lo mejor de él, en todos los sentidos, también en el de la imagen que
nos proyecta.
Señor alcalde, señores políticos,
diríjanse a nosotros mostrando credibilidad, rigor, esfuerzo, compromiso,
atracción, cercanía, confianza y respeto.
Llamémosle... elegancia. Sí, ¡también en
las formas!
(Muchas gracias alcalde/s)
(Muchas gracias alcalde/s)
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