Alcanzar la felicidad, saborear
las mieles de la gloria, triunfar, conseguir la perfección o ser el mejor, son
estadios trascendentes de alto riesgo. Marcarlos solo como único destino de nuestro
viaje, como una meta, puede apagar la luz que alumbra la ruta vital.
MI LLAVE, LA DE CADA DÍA. |
Yo, prefiero ítems de vida más reales, más comunes y más
cercanos. El icono habitual de un muñequito subiendo por una escalera que
termina en un último escalón, en lo más alto de su recorrido, para llegar
al éxito, no me gusta. Justo ahí, al final de la escalera de ascenso, se
encuentra un punto sin retorno, y lo que es peor, sin posibilidad de avance. El
siguiente paso que diéramos nos llevaría directos a la caída, al precipicio, al
fracaso.
Esa escalera de dirección al éxito es tan solo una pendiente
monótona, aburrida y costosa de superar. Sin paradas de ocio y descanso, sin llanuras
de confort, sin zonas de recreo y, a medida que se asciende, peligrosa y
resbaladiza. Ese gráfico me parece una caricatura poco acertada de lo que, en
realidad, es para mí “el éxito”.
Prefiero un círculo vital, un ciclo horizontal, un desarrollo
transversal, antes que una pendiente o un desnivel. Seamos egoístas y toquemos
algo de felicidad cada día, en cada momento, por cualquier motivo. Ninguno de
los conceptos consignados en la entradilla de este artículo de opinión tiene
que aislarse y colocarse en un punto lejano, en un fin específico o en un destino
de cierre desplazado en tiempo y en distancia respecto de nuestro día a día.
¿HACIA DÓNDE ME DIRIGE ESTA ESCALERA? |
Qué necesidad tenemos de establecer una trayectoria de acción
personal reglada por un campeonato de permanente esfuerzo para llegar a un
posible premio final que, en la mayoría de los casos, solo lo consiguen ganar algunos
pocos afortunados. No, me niego rotundamente.
Tengo más coartadas para encontrar justificación diaria a la
felicidad y al éxito, a la singularidad y la perfección, al triunfo de mi
interior. A no tener que esperar un tiempo determinado, un proceso concreto ni
unas normas de actuación en pos de cambiar nada más que esfuerzo, sufrimiento,
sacrificio y desazón por un supuesto paraíso al que, insisto, muy pocos saben
llegar.
Para mí, el éxito es convivir cada día con mi
gente, la familia, los amigos y los compañeros. Para mí, triunfar es trabajar todos
los días en lo que me gusta, devolverle a mi vocación las grandezas
profesionales que ya me ha brindado. Y la felicidad, para mí, es poder pisar
una hora al día la desértica arena de mi playa favorita, y arrugar la piel de
mis pies con el azul del océano gigante. La gloria, para mí, es construir
aeropuertos con una zona de animales de granja y de columpios, con los famobil de mi sobrino Guille, los domingos,
en casa de mis suegros. Y la perfección, para mí, es comprobar a
diario que mis hijos son buenas personas, queridos por los demás, gentes de
bien. Ser el mejor, finalmente, para mí, es levantarme con la ilusión de que,
cualquier buena noticia, pueda sorprenderme positivamente y alegrarme el resto
del día.
Mis metas, mis compromisos, mis retos, mis ilusiones, mis
anhelos, mis problemas y mis soluciones, son de hoy, de ahora mismo, a veces de
mañana, pero nunca del albur futuro ni de la onírica promesa ajena.
Abraham Lincoln, hace doscientos años dijo: “Al
final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”.
Me lo quedo.
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