Son adictos al
dinero, empresarios, políticos, sindicatos y “otros”. Casos a nivel municipal, autonómico
y nacional, tramas corruptas que se
expanden e inundan todo el territorio español.
España 2016. Van pasando los
años, se suceden los imputados, más de dos mil se sientan en los banquillos. Las
causas vinculadas a la corrupción se cuentan de cien en cien. Las detenciones
de presuntos corruptos no cesan. Las sentencias van dictándose. Los chorizos van confirmándose.
Investigaciones judiciales y
policiales, casos bautizados como “Nóos”,
“Filesa”, “Gürtel”, “Campeón”, “Pretoria”, “Malaya”, “Palma Arena”, “Bankia”, “Arona”, “Las Teresitas/Mamotreto”, “Bárcenas”, “Fabra”, “Pujol”, “Púnica”, “Blesa”, “Corredor” o “Faycán”, son
ya términos muy familiares entre los españoles, copan los titulares de la
prensa escrita y abren los informativos de televisiones y radios.
La sensación que la sociedad
tiene de sus políticos e instituciones es que el abuso del poder público -para
beneficio personal y privado- ha echado raíces en el huerto político del país.
Los sobresueldos en dinero negro, los EREs
falsos, la financiación ilegal, los agraciados por la lotería nacional en diez ocasiones
en dos años, los cursos de formación fraudulentos, las herencias
multimillonarias, los maletines llenos de billetes olvidados por montadores de
muebles y fontaneros, las comisiones recibidas a cambio de adjudicaciones de servicios,
la prevaricación administrativa, el cohecho, la malversación de caudales públicos,
el tráfico de influencias, el blanqueo de capitales, las sociedades pantalla, el
amaño de contratos, la evasión de capitales o las ‘tarjetas Black’, son solo algunas de las figuras
delictivas y conductas punibles que, sea cual sea nuestra profesión, ya conocemos
y dominamos conceptualmente como si fuéramos expertos letrados o fiscales.
Aquí termina la función lógica y
correspondiente de los medios de comunicación, es decir, la de informar de las
actuaciones policiales, valorar las detenciones y ofrecernos las “últimas horas”
y reacciones de cada uno de los casos y tramas, conceptualizando los datos con mayor
o menor profusión documental. Pero, hay más. Hay una segunda lectura analítica
y de comportamientos humanos. Estos corruptos indecentes son avariciosos, mucho,
no tienen límite. No se conforman con las altas cantidades de dinero que
perciben por sus cargos públicos y, esa avaricia, les lleva a delinquir.
Sin entrar en cifras ni
valoraciones exhaustivas, cualquiera de estos corruptos dispone de muchos miles
de euros mensualmente, legales, cobrados oficialmente, con los que se puede
vivir “de pelotas” –de puta madre- y no renunciar a ningún capricho. No les
haría falta delinquir. En líneas generales, con lo que estos chorizos cobran, se puede disfrutar de
un gran coche, una buena casa, pagar los gastos familiares de manutención, colegios,
etc., gozar de unas buenas vacaciones cada año, costear cuantas aficiones
deportivas y culturales sea necesario y, cuando apetezca, asistir al concierto
del ídolo musical de turno o salir a comer al restaurante de moda.
Pero a estos delincuentes torpes y
compulsivos, sus ingresos legales no les da para vivir holgadamente, no. Ellos
necesitan amasar dinero, llenar maletines con billetes ‘de quinientos’, almacenar
coches de alta gama que no tienen tiempo a conducir, adquirir inmuebles por
todo el planeta para no habitarlos, comprar terrenos de regadío para no
cultivarlos, evadir capitales para no pagar impuestos, vivir en mansiones de
cientos de metros cuadrados habitables y de miles de metros cuadrados de jardín
para dormir en hoteles de siete estrellas, viajar en sus jets privados para
creerse importantes, llenar cajones con oro, joyas y relojes como ladrones de
cuentos, tomar el sol con horteras bañadores mientras fondean sus yates de 20 metros
de eslora frente a las playas españolas abarrotadas de bañistas en paro o desayunar
con Champagne francés y caviar iraní en
una suite de un hotel de Bora Bora, con “compañía”, of course.
Pero estos chorizos son, además, gilipollas. Son
tan tontos que no saben disimular lo más mínimo mientras cometen sus delictivas
acciones.
En ‘primero de corrupción’ ya
se estudia que no se puede mandar un SMS
o un ‘whatsapp’ al empresario al que
se pretende extorsionar, porque deja huella; y se enseña a los futuros delincuentes
a que no dejen constancia en correos electrónicos de las comisiones repartidas;
y se insiste en las clases en que las llamadas están siempre “pinchadas” por la
policía y van a grabar lo que digamos; y se recuerda a los corruptos que,
cuando reciban bolsas, sobres o maletines con dinero, no se pongan a contarlo
en voz alta, enumerando los billetes y dando las gracias por “la mordida”; se
hace hincapié en que si va a llevarse una “Caja
B” con dinero negro, es conveniente no reflejar los apuntes contables en un
libro que pudiera ser requisado por la policía y demostrar así el delito;
también se estudia que no se guarden notas ni apuntes en ordenadores, tabletas
y teléfonos que pudieran ser intervenidos por los equipos informáticos de la policía
y descubrir las andadas incriminatorias; otro consejo relevante es el de no consignar
nombres o iniciales de los receptores del dinero en sobres, facturas o papeles
en general que pudieran vincularse a personas concretas; resaltan los
educadores del curso de corrupción que, una vez se ha iniciado el pago de
comisiones a alguien, ya no se puede dejar de darle su sobre de manera periódica
porque si lo hacemos va a amenazar con contar todo lo que sabe y suelen
chivarse anónimamente si les cerramos el grifo del dinero y, finalmente, no
pagar una misma factura cinco veces por un solo servicio.
Estos gilipollas no han estudiado nada. Se merecen un suspenso.
John R. Jeffers, poeta
estadounidense, sentenció: “La corrupción no es
obligatoria”.
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