Hoy, 7 de septiembre de 2016, mi ciudad, Santa Cruz de Tenerife, ha presentado su marca, nueva, ilusionante, moderna, a tiempo. Y lo ha hecho en el mejor espacio cultural en el que puede mostrarse el fruto de la conjunción de múltiples esfuerzos de la sociedad chicharrera, el Teatro Guimerá.
Ese lugar idóneo para conocer el trabajo de un
autor dramático, para disfrutar de un determinado género, para conocer la
realidad de una época, las peculiaridades de un lugar o la idiosincrasia de un
pueblo, es capaz de aglutinar con éxito un catálogo enorme de diferentes singularidades. Hoy, por el escenario del Teatro,
ha pasado la representación viva de una excelente y ejemplar realidad que, en
ocasiones, obviamos. Esta noche, en el Guimerá, hemos visto y escuchado a
ciudadanos y vecinos nuestros, de esos con los que tomamos café a media mañana
y que llevan el nombre de Tenerife, de Santa Cruz, de Canarias, allende los
mares. Personajes cercanos a lo cotidiano que participan en los Juegos
Olímpicos junto a los mejores atletas del planeta, altos ejecutivos de empresas
multinacionales que gestionan –desde un modesto barrio santacrucero- complejos
sistemas informáticos de ciudades de otros continentes, miembros del Carnaval
que traspasan fronteras llevando orgullosos nuestra Fiesta insignia, representantes
reales de la máquina humana y viva que hacen funcionar esta ciudad y que, en
otras latitudes, son valorados como auténticas referencias en cada uno de sus
ámbitos profesionales. Y viven aquí, conviven con nosotros, son de los
nuestros.
El patio de butacas estaba
rebosante de autoridades civiles, militares y eclesiásticas, de vecinos, de empresarios,
de jóvenes, de jubilados, de artistas, de trabajadores y, probablemente, de
algún desempleado, o sea, de nuestra verdad social, pero, encima de sus
cuerpos, flotando en el ambiente, se sentía –y casi se veía- una nube homogénea
a punto de estallar a consecuencia de la carga de energía positiva que dentro albergaba.
Estaba llena de nuestras grandes ilusiones y de los mejores deseos. Así, sí se
empuja al unísono, así es como debe procesarse una idea, un proyecto, un noble deseo.
Ante esa presión no hay nada que se resista. Los cientos de chicharreros que
hoy estábamos en el Teatro nos hemos entregado sin reparos a la señal de salida
de una etapa diferente, continuista en lo bueno del pasado y del presente e
innovadora en lo venidero y futuro.
Requerirá esfuerzo, sí, pero ¿quién no desea establecer un punto de inflexión,
una señal indeleble, que posicione nítidamente el inicio de un recorrido y que
marque el trazado de un circuito de esfuerzo que concluya en una meta lejana aunque
clara, que recompensará adecuadamente todo el
sacrificio ofrecido?
La administración local lo
promueve, como debe ser, pero ahora somos cada uno de nosotros los
protagonistas –partícipes- de que este nuevo logo, este diseño, la criatura
que acaba de ver la luz, crezca fuerte y noble, somos los únicos responsables
de su salud social, de su próxima pubertad ciudadana y de su equilibrada y
formada madurez futura. Un corazón ha empezado a bombear
sangre nueva y limpia por nuestras calles y plazas, a latir al compás de
nuestros vientos, a inundar de color nuestras fiestas, a cicatrizar las heridas
del pasado, a impulsarnos hacia una nueva etapa que, llena de ilusión y de
justa esperanza, mantenga a esta capital en el lugar que merece, con el orgullo
de nuestra singularidad, con el honor de nuestra universalidad, con el poder de
nuestro mar.
Me apunto.
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