SON LOS MENOS, PERO CUANTO MÁS LES ESCUCHO EN LA RADIO O LA TELEVISIÓN
O LEO SUS COLUMNAS EN PERIÓDICOS Y REVISTAS, MENOS LES CREO. ALGUNOS DE ESTOS CHARLATANES DEL COMPORTAMIENTO HUMANO SON CANSINOS, PESADOS Y ABURRIDOS.
Uno de los significados de
adicción es: afición extrema a alguien o algo.
Dicho de otro modo, y según la literalidad de las diferentes acepciones contenidas
en el Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española, estaríamos refiriéndonos a una actividad que se realiza habitualmente y por gusto en ratos de ocio.
A estos próceres mediáticos que juzgan nuestros comportamientos, les convendría
estudiar un poco más y aprender unos cuantos sinónimos y términos con los que matizar
sus cutres diagnósticos fatalistas.
Pero mi reflexión no viene por las precarias
limitaciones lingüísticas y gramaticales que estos poseen, no, allá ellos. Si alguno
de estos amargaoyentes me lee, quiero
que sepa que cada vez que le escucho tengo la sensación de que trata de conseguir
que me sienta culpable de haber caído en una nueva adicción, en otra más de la
larga lista de desajustes personales que –gracias a él- estoy configurando. Conmigo no va a poder.
Usted –me dirijo al predicador
barato- se supera progresivamente y, con su discurso catastrofista, trata de pautar
mi vida, mi agenda, mis usos y horarios, todas mis costumbres; estoy convencido
que su deseo es hacerme sentir como un desequilibrado desbocado, un vicioso irredento, el pecador inconfesable de un thriller de Alfred Hitchcock. Usted, cuando
dicta una de sus sentencias inculpatorias, proyecta el mensaje de querer minutar
cada experiencia de nuestras vidas mediante el establecimiento conjunto de unos torticeros baremos de cantidad conceptual unidos a la aplicación de unos primarios cuadrantes horarios
con los que, independientemente de las circunstancias y singularidades de cada
uno de nosotros, concluye determinando el grado de adicción –siempre negativa-
en el que estamos inmersos, excepto usted, claro, que sí es perfecto y
equilibrado, porque ha hecho un cursillo de no sé qué en no sé dónde que le da
poder celestial para ejercer de estrella justiciera.
Cuando éramos adolescentes nos llevábamos
el Diez Minutos o el Pronto –rara vez accedíamos con el
deseado Playboy- al cuarto de baño y nos
masturbábamos viendo tan solo las rodillas y las piernas de las actrices del momento
(mis amigos y yo, coincidíamos en esto) y, entonces, algunos predicadores de la
época nos acojonaban diciéndonos que nuestros impúdicos actos no solo serían
cruelmente castigados al final de nuestras vidas con el horno abrasador del infierno
infinito, sino peor aún: que nos quedaríamos ciegos paulatinamente a medida que
nos fuéramos haciendo más y más pajas. No conozco a nadie de mi generación que
me haya confirmado ni uno solo de ambos desgraciados extremos, bueno, la verdad
es que alguno está jodido de miopía.
Hemos vuelto a las andadas, pero
no ya dirigidas a las más jóvenes y verdes criaturas, no, ahora los destinatarios
somos los adultos. ¡Hombre, por Dios!, déjenme en paz y de evaluarme mientras
me califican de ‘persona adicta a las
nuevas tecnologías’, como si fuera un apestado del futuro porque me llevo
el móvil cuando entro al baño a hacer lo que todos hacemos cuando nos sentamos
en el inodoro y, mientras tanto, le doy al “Me
gusta” de unos cuantos amigos.
Sr. Amargaoyentes, porque veamos en la televisión más programas de
telerrealidad que usted, porque leamos menos libros en papel que usted, porque
juguemos virtualmente más que usted al ordenador, porque nos riamos más que usted
viendo videos por el móvil, porque escuchemos más música digital que usted mientras
nos descargamos nuevas aplicaciones, porque nos acostemos con el móvil sobre la
mesita de noche para escuchar la radio deportiva de última hora del día que a
usted no le gusta, porque mientras vamos en un medio de transporte saquemos el
móvil y nos entretengamos viendo inofensivas chorradas y memes mientras usted solo usa para moverse el coche, porque vagueemos
tumbados en el sofá durante los anuncios de la tele consultando si alguien nos
ha enviado un mensaje electrónico porque a usted solo le envían correos a su despacho
o porque la evolución natural y las tendencias tecnológicas globales son inexorables
y usted se aburre con ellas, por todo ello, no nos califique de adictos, ni de viciosos,
ni de desequilibrados, ni nos haga sentir mal, ni nos apabulle con que vamos directos
al fracaso personal y colectivo.
Hágaselo mirar Sr. Amargaoyentes, o mejor, pruebe a meterse en el cuarto de baño
con su móvil y mientras expulsa esos gases que seguro que tiene, ponga en su
buscador el enlace http://www.mejorlistaporno.com/
y se relaja, que falta le hace.
¡Ah!, y si se excita...
remátelo, que no va a perder vista.
P. D.: Deseo expresar mi especial agradecimiento y reconocimiento
a los profesionales de la psicología y del comportamiento humano, en general,
que desde el rigor, la cualificación, la experiencia y el alto conocimiento colaboran
en los medios de comunicación para trasladarnos sus mejores consejos. Y tengo
muchos.
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