Y no una, ni dos, sino tres y hasta cuatro veces en cada
programa. Así que, recurriendo a este lugar de encuentro con los lectores, a modo
de terapia de grupo, consigo desahogarme reconociendo públicamente mi emotiva actitud
y, adicionalmente, compartiendo mis reacciones televisivas con los que, como yo,
padecen los mismos síntomas, parecida opinión y similares reacciones
emocionales.
12/102017 España.
Entonces, en el último espacio televisivo de Telecinco, “La Voz” –a primera vista un
concurso más de aparente contenido musical en la búsqueda de nuevos talentos-
comienza a despertarse en mí una cierta inquietud por conocer las causas de mis
plañideras repetidas. Porque, no es normal, yo tampoco me echo a llorar con cada
programa de televisión que veo. Y dedicando tan solo unos minutos a reflexionar
al respecto, la lista de posibles causas se me hizo casi interminable. Esto,
tenía que hacerlo saber.
Prácticamente en voz alta, como si se lo estuviera diciendo a
mi “yo de enfrente”, fluían más y más razones, todas ellas honrosas y dignas.
Espeté:
“Será por la actitud de
superación de los participantes, por la carga ilusionante que imprimen a sus
actuaciones, por la desbordante vocación musical y artística que poseen, o puede
que sea debido al sacrificio y al esfuerzo desarrollado para alcanzar sus
metas; igual se debe a la constancia y disciplina en su aprendizaje, al
compromiso firme con sus ideales, a percibir que están cerca de realizar un
inalcanzable sueño; o será por el apoyo incondicional y respetuoso de sus
familiares y amigos, de la capacidad de compartir su propia felicidad con los
demás.
Se justificaba mi
emoción quizá por la excelencia musical de la banda de grandes maestros que
acompaña a los cantantes, por la noble esperanza de algunos por abandonar
trabajos no deseados para desempeñar y disfrutar de su más puro arte; puede que
influyan las singulares historias familiares que rodean a cada aspirante,
algunas de ellas merecedoras de su propio documental; porque podía sentir la
bondad de los que no superan la prueba y vuelven a su casa, dejando atrás –con
ejemplar dignidad- un minuto y medio de gloria; porque se vive desde el sofá el
valor que un artista otorga a una sola oportunidad como esta; la sensibilidad y
el talento envuelven el entorno, la explosión de emociones es capaz de acoger
momentos de humor y risas; seguro que también me activa profesionalmente la
alta calidad técnica y audiovisual del equipo del programa y, finalmente, que
se me permita acceder al universo común de las emociones, el de compartir
lágrimas de alegría y de pena con unos padres orgullosos, con unos abuelos
rotos de felicidad, con los amigos que conocen todos los secretos del artista y
con las parejas poseedoras del cofre de los sentimientos más íntimos de cada
aspirante”.
“La Voz” merece un premio, una distinción complementaria al
éxito de la audiencia y de la opinión pública, un reconocimiento por su
capacidad de elevar la simplicidad de un concurso musical a la categoría de experiencia
social televisiva.
“La Voz”, saca a flote valores humanos que trascienden de lo
meramente pasivo; ofrece la opción de luchar y perseguir un deseo y facilita
que, los valientes concursantes, durante un par de horas, sean guía y ejemplo
de lo que es normal, sencillo, común y emocionante: tener objetivos y vivirlos
con intensidad.
¡Claro, por eso lloro!
En el fondo, eres un sentimental......
ResponderEliminar¡Sí, cada
EliminarCada vez más. ;)
EliminarMe siento identificada contigo, Manuel. Es más estaba deseando el día de su emisión para llorar a placer.
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