EL CARNAVAL TRANSGRESOR DEL CAMINO DE SANTIAGO

Por Manuel Herrador, 21/02/2018

Los últimos cuatro años, coincidiendo con la fecha de celebración de los carnavales, y debido al parón en mi actividad profesional que se produce durante esa semana, he ido a Galicia a completar las siete últimas etapas de diferentes Caminos de Santiago. En esta cuarta ocasión recién finalizada, reflexionando en las largas jornadas que enlazan las distintas poblaciones, puedo concluir que en el Camino de Santiago también se vive con extrema intensidad el carnaval. Sí, suena extraño, pero no lo dude. Incluso con más transgresión, si cabe, que el propio carnaval que todos conocemos. Estoy seguro de que, ahora mismo, no me cree; pero, termine de leer este artículo y, entonces, se convencerá.

He comparado, a través de cada uno de los cinco sentidos, el paralelismo que existe entre las percepciones de una y otra experiencia, la de carnavalero y la de peregrino. Pues bien, el vivido hace unos días en Galicia, quebranta cualquier referencia objetiva al sentido común, al conocimiento y a la relación que los sentidos nos proporcionan con nuestro entorno. Que el carnaval tradicional transgrede y viola preceptos establecidos, se sabe; ahora bien, que un recorrido a través de la Naturaleza, basado en objetivos espirituales, incluso religiosos para muchos peregrinos, supere a aquel... ¡sorprende!

Los estímulos que mi sistema nervioso ha percibido a cada paso que avanzaba en el Camino, poseían un poderío sensorial que me obliga a calificarlos de abusivos, tanto, que en ocasiones, sobrepasaban los provocados -y bien conocidos- por el carnaval convencional.

Por ejemplo, el sentido de la vista. Nos quedamos asombrados de las dimensiones y diseños de los trajes de las candidatas a Reina, de los colores de las distintas fantasías de las agrupaciones o de la divertida singularidad de los disfraces. En el Camino, la vista se satura, casi se bloquea al no poder procesar la paleta cromática de los infinitos matices que proyecta el paisaje; escalas de verdes, marrones y azules reales, colores sin química ni artificio; la gigantesca altura de los árboles, los contrastes de luces y sombras, los inmensos prados y los espectaculares efectos especiales de la lluvia, las nubes, los prados y los ríos, generan acompasados una fuerza que te transporta a escenarios de fantasía e ilusión imposibles de realizar por el hombre, a alegorías naturales impensables de imitar con material alguno.

Para el sentido del gusto. Salir a beber, picar algo o tomarse unas copas, en carnaval, es delicioso, atractivo; tapear, degustar los productos de quioscos y chiringuitos, probar las habituales hamburguesas o perritos servidos directamente en los food trucks, es una tentación irresistible, sin duda. En el Camino, el sentido del gusto estalla en mil intensos sabores cuando la boca recibe una cucharada de caldo gallego, caliente, con trozos de berza o de grelos, diferente de sabor según quien lo cocina; la lengua se deshace al paladear un trozo de suave merluza con papa gallega al punto de pimentón; beberse una taza de vino de Ribeiro elimina la sed -por ensalmo- y abre la puerta del apetito para que una ración de lacón o de pulpo te alcance de súbito a la cumbre en la que descansan las texturas y los sabores ancestrales. 

También con el sentido del oído existen claros paralelismos. De día y de noche, en el carnaval, puedes salir a bailar y a moverte con los ritmos más alegres y dinámicos, a escuchar canciones y músicas procedentes de todas las culturas; pero son limitadas, a veces, hasta repetitivas. Cuando atraviesas una zona boscosa, acompañado del sonido del correr de un riachuelo, paseas por la ribera de una ría o te acercas a la orilla del mar, la sinfonía musical que escuchas es indescriptible, poderosa; cientos, quizá miles de pájaros piando, cantando, musitando entre las hojas que se rozan entre sí en las alturas, siguiendo el compás de las bravas aguas del fondo de un valle, todo ello dirigido por la batuta intangible de la brisa marina o de un viento frío, montañoso, armonizador de una pieza musical orquestada con el equilibrio sonoro más inédito que la Naturaleza puede ofrecer.

También el sentido del olfato. El carnaval de calle tiene sus propios olores. Parrillas, barbacoas, asados, garrapiñados o algodones dulces, aportan un reconocible catálogo de olores; sin excluir el hedor que provocan las cientos de miles de micciones que recorren aceras, portales, fachadas y jardines. El Camino huele, y mucho. Millones de flores perfumando el aire; aromas a eucalipto, a fértil tierra húmeda, a fresca hierba mojada, a pinos centenarios; y también a estiércol, a ganado y a la leña chisporroteante de una chimenea humeante.

Finalmente, el sentido del tacto. Bailar abrazando, rodeando con los brazos a la pareja, acariciar a un amigo, estrechar la mano o agarrarse a la cintura formando una cadena, son parte de los momentos en los que tocas a los demás o te tocan a ti; y, no cabe duda, son muy placenteros. El tacto es, también, protagonista del Camino; que el agua transparente y fría te roce las manos al introducirlas en un veloz riachuelo o que te salpique la cara al tratar de beber de un manantial o de una fuente natural, es una sensación exclusiva; que sientas bajo tus pies la textura acolchada de la tierra al pisarla, que percibas cómo se hunde la pisada en el barro, es algo inusual; apoyarse en una roca de granito y que este te rasque la piel, es deliciosamente extraño; que la centenaria corteza de un árbol se transforme en confortable almohada para recibir tu espalda, es extremadamente agradable; que las gotas de lluvia pura besen cada centímetro de tu cuerpo al deslizarse, es desconcertante.

Ya ve, ambas experiencias excitan los sentidos, cada una a su manera. El Camino de Santiago también supera lo real, traspasa lo rutinario, abusa de lo común, transgrede y provoca, sorprende y desobedece a lo establecido. Por eso lo hago en esa semana concreta, para poder vivir bajo el abuso del Carnaval Natural, para poder ser un peregrino carnavalero.

Comentarios

  1. Es tu luz la que descubre el mundo;
    el mundo que renace abierto y claro
    a mis sentidos: horizonte y guía.
    Vista, oído y olor, sabor y tacto.

    (Ramón García Mateos)

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