Sé que el objetivo de quien pronuncia alguno de estos adjetivos despectivos es el insulto personalizado y concreto, sin ánimo de ofender más allá del destinatario específico, seguro que así es, pero no es menos cierto que quien lo escucha percibe un desprecio y una falta de respeto muy grande hacia las personas con alguna diversidad funcional y, complementariamente, a todo su entorno. Cada vez que oigo algo así, me ocurre y lo siento.
Menospreciar e infravalorar a alguien haciendo referencia a otra persona con discapacidad intelectual es, claramente, de muy mal gusto. Pretender insultar con el uso de una alteración genética o una enfermedad es olvidar que detrás de algunas expresiones tales como mongólico, retrasado, anormal o subnormal, entre algunas otras, existen personas dolidas, familias y amistades que sufrirán al escucharlas, que se sentirán tratadas sin respeto, incluso estigmatizadas y, todo ello, inmerecidamente.
La diversidad personal y las singularidades humanas aúnan, complementan, enriquecen y potencian las capacidades de cada uno de nosotros y de la sociedad en su conjunto, incluyendo nuestras propias diferencias, todas.
Cualquiera que a nuestro lado, en las relaciones de la rutina diaria, profiera alguno de estos términos para un uso destructivo, descalificador, insultante, ofensivo, humillante o vejatorio, debe ser amablemente corregido e invitado a que, en la próxima ocasión, utilice alguno de los numerosos adjetivos con los que cuenta la lengua española, igualmente incisivos, dañinos y despectivos: pesado, desmañado, patoso, manazas, torpe, cerrado, tarugo, deshonesto, pelele, incompetente, bruto, piltrafa, robaperas, incoherente, pedorro, ignorante, cobarde, grosero, inepto, abrazafarolas, berzotas, mangante, bocachancla, pasmarote, cagarruta, capullo, incívico, pelma, caraculo, fantoche, gandul, gilipollas, lerdo, mequetrefe, mindundi, papafrita, bebecharcos, paquete, caracartón, patán, tocapelotas, zoquete, esbirro, cutre y muchos, muchísimos más.
Alcanzar la elegancia y el ingenio, incluso para ofender, insultar y provocar, es un muy buen ejercicio de singularidad creativa e inteligencia personal. La simplona y burda vulgaridad irrespetuosa está a mano de cualquiera.
Afirmó Cervantes:
“No estamos obligados a castigar a los que nos ofenden, sino a aconsejarles la enmienda de sus delitos”.
¡Seamos bizarros!
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