Si exigimos
calidad cuando compramos un artículo o solicitamos un servicio; si damos por
hecho que el taxista que nos lleva está preparado para conducir y conoce la
mejor ruta; si no ponemos en duda que las materias primas con las que se ha
hecho una barra de pan son las adecuadas y cumplen la reglamentación sanitaria;
si estamos seguros de que el mecánico que va a cambiar nuestro aceite del coche
sabe cuál es el tornillo por el que vaciar el usado y que también conoce la tapa
por la que echar el nuevo; si no dudamos de la cualificación de un miembro de
las Fuerzas Armadas; si sabemos que podemos confiar plenamente en la integridad
profesional de un médico, un arquitecto, un ingeniero o un abogado; si damos
por hecho que los profesores de nuestros hijos están capacitados para
acompañarlos en su crecimiento intelectual; si pagamos la entrada del cine
convencidos de que vamos a ver la película que hemos seleccionado previamente, y
no otra; si al entrar a ver una obra de teatro está garantizado que el cuadro
de actores coincide con el cartel de la entrada; si nos tomamos cualquier
alimento o bebida en un restaurante y lo hacemos tranquilos, sabiendo que está
en buenas condiciones para su ingestión; si abrimos una cuenta corriente en una
entidad bancaria y tenemos la certeza de que nuestro dinero está custodiado; si
confiamos la gestión fiscal y laboral de nuestra empresa a un asesor acreditado; si podemos sentirnos seguros con los pilotos de los
aviones en los que viajamos, entonces…,
¿Por qué no podemos sentir lo mismo con alguna publicidad audiovisual de carácter local?
Cuando un determinado
cliente, sea del ámbito de la empresa privada, autónomo o se trate de la
Administración pública en cualquiera de sus niveles, contrata la producción de
una campaña publicitaria, ¡no podemos engañarle!, ¡debemos ofrecerle un mínimo de
calidad!
La producción
publicitaria, dependiendo de su presupuesto, será regular, normalita, buena o
sobresaliente, pero lo que no puede ser es mala, muy mala o vergonzosamente
mala. Y de este último grupo, rara es la semana que no aparece en las emisoras
locales de radio y televisión alguna oveja negra para cumplir el despropósito
de turno. Esto, es tirar el dinero del anunciante a la basura.
Cuando escucho
una cuña de radio que apenas reúne unas mínimas condiciones de calidad del
audio (música, ambientación, voz en off
o creatividad conceptual) o veo un anuncio de televisión sin el más elemental
equilibrio técnico audiovisual (narrativa, voz en off, iluminación, fotografía,
actores, modelos, figurantes u originalidad creativa), pienso inmediatamente en
cómo y de qué manera tan vergonzante, desde el punto de vista profesional, se
le está engañando a quien ha solicitado y pagado esa producción publicitaria.
En cualquiera
de los diversos ejemplos con los que he iniciado esta reflexión en forma de
escrito, sería un escándalo contravenir los criterios de objetividad y calidad profesional
a los que aspiramos cuando los contratamos.
No estoy
hablando de la subjetividad que aporta el gusto personal por un determinado
estilo de locución, el timbre de voz de la locutora o el locutor, la
iluminación o la fotografía de una producción audiovisual, ni mucho menos. Estoy
refiriéndome a la clara chapuza de quien, sin saber, interviene en la
realización del anuncio, en cualquiera de los diversos elementos que lo componen.
La publicidad
es un ámbito profesional exquisito, como los demás, que requiere de una cualificada actuación
en cada una de sus fases. De la publicidad depende el éxito de una campaña
comercial, el conocimiento público de un nuevo producto o servicio y, en última
instancia, la propia imagen del anunciante, en toda su dimensión.
Los que
formamos parte de esta actividad audiovisual y comunicativa debemos proyectar, e
informar a la opinión pública, o sea, a los posibles y futuros anunciantes y a
los consumidores, para que no tengan cabida profesional los advenedizos
chapuceros —carentes de responsabilidad y conocimiento— evitando que graben, locuten
o realicen producciones publicitarias sin el más mínimo conocimiento del medio,
sin la más básica de las cualificaciones y, lo peor, dañando seriamente la
imagen de los desamparados clientes que han pagado por un producto que debería
tener unos mínimos de calidad y no de uno que daña, objetivamente, hasta la propia imagen de
su negocio o institución.
Hay coches baratos, muy asequibles, utilitarios, pero ese aspecto económico limitante
no les impide funcionar perfectamente, si llueve no entra agua por
el techo, ni se le aflojan las ruedas al circular, ni se les sale la gasolina por una
soldadura mal hecha del depósito. Ese abaratamiento, únicamente comporta la
limitación de extras de mayor coste, de esas mejoras que todos conocemos y que,
obviamente, se vinculan con un precio mayor.
En la
publicidad ocurre exactamente eso. Un presupuesto limitado no da derecho ni justifica la realización de una producción audiovisual de mala calidad, con técnicos incapaces,
con equipos obsoletos o con locutores que no saben cómo configurar técnicamente
la voz para adaptarla a la creatividad singular que la producción requiere.
A cualquier
producción publicitaria emitida por radio o televisión se le debe exigir unos mínimos
de calidad audiovisual, porque hay profesionales, de sobra, capaces de aplicar
sus conocimientos y cualificación, mujeres y hombres preparados que han invertido parte de su
vida en formarse, estudiar, coger experiencia y respetar el gremio y a los propios
anunciantes, gente con mucha vocación canalizándola por el camino del rigor
profesional.
Ya sé que este
mundillo de la Comunicación Audiovisual es apasionante, ya.
Ya sé que es
una gozada escucharse la propia voz en un anuncio, ya.
Ya sé que el
magnetismo de esta actividad es muy fuerte y apetecible, ya.
Ya sé que mola
mucho decirle a tus amigos y familiares que tú eres la voz de este u otro
anuncio, ya.
El que quiera tener
acceso a este maravilloso circuito profesional, será bienvenido, siempre, pero
antes, ¡debe haber una mínima preparación!, ¡un mínimo de conocimiento!, ¡algo
de esmero por cualificarse!
Los talentos
son excepciones, no es la generalidad.
No vendría
nada, pero que nada mal, que los medios de comunicación locales de radio y
televisión empezaran a exigir, a los clientes directos y a las agencias de publicidad,
un mínimo de calidad en las producciones audiovisuales que les pautan para su
emisión.
Así, sí que
dignificaríamos la profesión.
Así, sí que los
anunciantes obtendrían un beneficio real tras el esfuerzo de invertir en
publicidad.
Así, los que no
se merecen disfrutar de esta maravillosa profesión, se dedicarían a otra cosa.
Así, los oyentes y espectadores no tendríamos que soportar los ladrillos incomestibles que, a veces, nos tragamos.
Así, los magníficos
y grandes profesionales del sector audiovisual, de cualquier comunidad autónoma española, se sentirían más orgullosos de
la actividad que desarrollan y que aman.
¡Ojalá!
Por Manuel Herrador, 12 de diciembre de 2023
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